Por @andreastefaniapp

Quien ama con apegos en realidad no ama, se aferra. Se aferra a un ideal construido en su mente, o se aferra a las muestras de amor del ser “amado”, que aun cuando fueran pocas, dan un aliciente de que aún existe “amor”. 

Son muchas las cosas a las que un alma frágil se puede apegar: la admiración, la seguridad, la estabilidad, las manifestaciones de afecto o de placer, son solo algunos ejemplos. Pero en realidad es necesario comprender que el apego no es amor, el apego es tener miedo, es adicción, desgasta y enferma.

Amar con apegos trae graves consecuencias, desde el olvido de sí mismo hasta la permanencia perpetua en una relación dañina, por miedo a la soledad o a la pérdida de aquello que es causa de apego.

Si tu vida gira en torno a una persona, puede haber apego. Si a pesar de que te lastimen o sufras quieres seguir aferrado, definitivamente hay apego. 

Debemos volver la mirada al hecho de que amar es una experiencia de libertad. Que el amor hacia una persona no es competencia del amor propio, y mucho menos competencia de nuestra relación con Dios. Todo lo contrario, una persona que se sabe amada por Dios, que cultiva su relación con Dios Amor, es una persona que se siente amada, que conoce su dignidad, lo cual le permite amarse, y tal como se ama a sí mismo, ama a los demás como nos ama Dios.

Y aunque resulte difícil, es necesario transformar los afectos. Pasar del apego al desprendimiento, no del descuido sino de la libertad. Debemos abandonar en manos del Señor el alma del ser amado para que su vida se una más a la de Cristo y menos a la nuestra. Así, al darse la oportunidad de vivir con Él experimentará el verdadero amor y nosotros también.

Pasar de la posesión a la donación. De quien entiende que el amor no es exigente con el ser amado, sino que lentamente se va exigiendo más entrega, más dar, más donar, aunque eso implique morir inclusive a uno mismo, a nuestros defectos, a nuestros apegos. Difícil, pero tenemos de ejemplo a Cristo, quien nos mostró que luego de la muerte viene la vida, la gloria, la resurrección de un afecto más sano, libre de ataduras y guiado por la libertad. 

Pasar de un té quiero a un me quiero, entendiendo que antes que el otro, está Cristo y la relación que tenemos con Él. Porque si Cristo está lejos de nuestros corazones, cuán lejos estará también de la misma relación. Dos almas vacías de Cristo son almas condenadas a explotarse afectivamente, negándose a la hermosura de un amor que, siendo humano, puede lograr ser divino en Él.

Cuando Cristo transforma nuestros afectos y mueren los apegos, nace la libertad. Las almas libres, sanas y plenas pueden verdaderamente construir sobre la roca, la plenitud misma de la vida en el verdadero amor.

¿Y tú que tan libre eres?