Por @andreastefaniapp

La castidad es un don de Dios, una gracia y un regalo que solo Dios puede darnos. Por tanto, debemos también pedirlo, como un hijo que se sabe amado por su Padre y confía que puede concederle todo aquello que sea de beneficio para su alma y su salvación.

El maravillo don de la castidad, está muy unido al dominio propio. Aunque este, no se trata solo de continencia o abstinencia. Es decir, la castidad no significa simplemente no tener relaciones sexuales, sino, ir lentamente vaciando el alma de todo aquello que lo lleva a tener deseos desordenados y/o concentrarse o dejarse llevar por placeres de la carne, no convenientes para el estado de vida en que se encuentre. Entonces, si bien, nos ayuda a no caer en pecado mortal -fornicación para solteros o adulterio para casados-  la castidad va más guiada a amar la pureza, a orientar y darle un sentido a nuestras sensaciones y reacciones, que son químicas y naturales, pero que pueden ser dirigidas en oración y de la mano del Señor, para un propósito eterno y no efímero.

La castidad es también un fruto del Espíritu Santo, que nos permite vivir en plenitud cada una de las etapas que atravesamos. Gracias a la castidad podemos ser verdaderos amigos, llevar un verdadero noviazgo en santidad, amar en libertad, sin apegos o ataduras, así también vivir la vocación religiosa o matrimonial santa y felizmente, porque la castidad es ante todo vivir en alegría.

La castidad se guía hacia la pureza. No importa si se han cometido errores en el pasado, el Señor nos puede regalar una segunda o incluso tercera virginidad y hacer cómo dice su palabra, ¡todo nuevo! En esta nueva vida que nos regala el Señor al vivir en castidad, podremos tener mayor claridad en nuestras relaciones y así desnudar las almas y no nuestros cuerpos, sin dejarnos cegar por las pasiones desordenadas. 

¿Cómo vivirla?

Al ser la castidad un regalo de Dios, de nuestra relación con Dios va a depender poder obtener esa maravillosa gracia, comenzar a vivirla y mantenernos fiel. Es decir, si un alma se propone a vivir en castidad, pero con el tiempo descuida su relación con Dios, probablemente le será mucho más difícil resistir las tentaciones. La buena noticia es que, por gracia de Dios, cuando logramos de su mano salir victoriosos de la tentación, damos grandes pasos en el amor. 

Para vivir la castidad, ante todo hay que procurar dejarse sanar y purificar por Dios los sentidos exteriores e interiores, y dar pasos de fe, tomando decisiones en esta dirección.

El olfato, la vista, la escucha, el tacto, el gusto, son los sentidos exteriores que deben ser sanados y cuidados. Por ejemplo, si nos dedicamos a escuchar canciones con letras provocadoras, que incitan al sexo o al consentimiento de pulsaciones sexuales ¿Cómo vamos a pretender que nuestra alma logre emprender y/o mantenerse en un camino de castidad? Así de la misma manera con los otros sentidos. No se trata solo de bloquear cosas “mundanas” sino de asegurarse que aquello que entre a nuestras vidas por nuestros sentidos, sea de beneficio para el alma y no simplemente basura.

Del mismo modo hay que procurar que nuestros sentidos interiores, como la memoria, la inteligencia, la voluntad y la imaginación sean también sanados. Por ejemplo, un joven qué haya expuesto a su alma al vicio de la pornografía, muy probablemente tendrá su memoria llena con muchos recuerdos de esas imágenes. El Señor que hace posible lo imposible, puede ayudar a sanar su memoria de todos esos recuerdos obscenos que desdibujan el verdadero sentido de la sexualidad y el amor.

Tal tarea de introspección, reconocimiento, entrega, sanación, liberación y purificación, se logra solo con una apertura decisiva al Espíritu Santo.

También es importante no concentrarse en aquellas cosas a las que renunciamos en virtud de la castidad; sino más bien concentrarse en aquellas cosas nuevas que llegan a nuestra vida por gracia de Dios y que le permitirán vivir en verdadera libertad. Llenar el alma de placeres espirituales, certeza de que el cielo nos espera, salmos, canciones católicas, servicio, buenas amistades, vida de santos y poco a poco ir moldeando la vida, con ayuda del Señor.

Finalmente, es muy necesario para crecer en castidad, estar unidos a la Madre. La virgen María, casta mujer e inmaculada, dispensadora de las gracias de Dios, nos puede ayudar a cultivar esa virtud en nuestra vida interior. Esa virtud, que podemos experimentar por gracia de Dios, ya que nuestras solas fuerzas y determinaciones son insuficientes. La invitación es a dar el paso, dejarnos sin miedo guiar por el Señor y vivir la castidad que trae paz, la verdadera paz.