Oremos juntos y con sincera devoción a nuestra Madre:
Oh María, Virgen de Fátima gloriosa y bendita, dulce Madre; hoy en este Santo día 13 de mayo, postro mi corazón y mis afectos ante tu hijo redentor, quien está unido a ti en tu Inmaculado corazón y tu venerable vientre de Madre.
Gracias Mamá por amarme tanto, por no olvidar a tus hijos, y por habernos visitado y seguir permaneciendo cerca de nuestro corazón por más de 100 años.
A ti te entrego todos mis afectos, para que tú, siendo el molde de Dios, ayudes al gran alfarero a seguir moldeando mi vida, para conseguir la paz y la libertad que viene del Santo Espíritu de Dios.
Que mi corazón hoy pueda contemplarte, bella y resplandeciente, esparciendo en mi alma la luz más clara, intensa y ardiente, que ayude a disipar todos mis apegos, a iluminar la oscuridad de mi pecado, echando fuera el temor a morir, el temor a fracasar en mi vida afectiva, el temor a poder amar de verdad. Líbrame con tus rayos de amor de cadenas generacionales y precondiciones existenciales, que quieran atormentar mi alma doliente, pero dispuesta a amar.
Que esa luz que refleja tu amor, penetre en mi pecho, en lo más íntimo de mi alma, haciendo en mí, el mismo milagro que hiciste en los pastorcitos: verme y conocerme a mí mismo/a en Dios, como un espejo, pues a imagen y semejanza fuimos hechos; para que de esta manera obtenga gran repulsión por mis pecados y busque prontamente una reconciliación perfecta en Dios, con un propósito real de enmienda.
Esconde mi alma Madre, en tu corazón rodeado y atravesado por una corona de espinas, guárdame como posesión tuya, e intercede por mí por la sanación de mis afectos. No permitas Madre mía que vuelva a escarbar en las ruinas de mi pasado, si mi alma no encontrará mayor beneficio en ello.
Recuérdame constantemente, que así como en el mundo, en mi corazón, en mis afectos, al final tu Inmaculado Corazón triunfará. Permite que te profese una verdadera devoción y que mis afectos se purifiquen en ti.
Que mis afectos se purifiquen a tal punto, que no desee incitar a nadie hacia el pecado, ni que mi alma se refugie en lo que no es de Dios, sabiendo la agonía indescriptible que siente el corazón de Cristo por la pérdida de un alma en las llamas del infierno.
Tú como magistral catequista, apela a mis sentidos y a mis emociones humanas más profundas, para que hoy y siempre, mi vida afectiva dé testimonio de la obra del Espíritu santificante de Dios en mi corazón joven.
Oh María, de los ojos tiernos, guíame para conocer más a Dios, para conocer la verdad, de una manera profundamente interior y personal, que me libre de sufrimientos y pesares.
Regálame Madre, como a esos pastorcitos en los que te fijaste, la gracia de experimentar los misterios de tu Inmaculada Concepción, tu Maternidad Espiritual y tu Asunción al cielo. Regálame Madre, un amor ferviente por la Santísima Trinidad, por el Santísimo Sacramento, y la gracia de poder experimentar a Dios Padre en tu presencia maternal.
Que pueda Mamá, conceder tus maternales deseos y rezar el rosario cada día por la paz del mundo y hacer penitencia por la conversión de los pecadores. Que hoy Mamá pueda ver el sol, como en aquel milagro que lograste en Fátima, dinámico y resplandeciente, recordando que para Dios nada es imposible.
Que tu amado Esposo San José, me bendiga también en este día en el que te elogia tiernamente, por la indiscutible belleza que iluminas en esta especial advocación.
Que recuerde y siempre guarde en mi corazón el mandamiento que reafirmaste en Fátima: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente (…) y Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-38).
Permite Madre, que pueda convertir todo lo que hago en un sacrificio y ofrecerlo como un acto de amor y reparación por los pecados que ofenden a Dios, suplicando por la conversión de los pecadores, soportando con paciencia los sufrimientos que nuestro Señor permite, para mayor beneficio del alma.
Concédeme Madre mía, que pueda adorar como los pastorcitos, y hacerlo por los que aún no adoran, no esperan y no aman. Aquellos que, por vacíos en su alma, aún deambulan refugiándose en los placeres efímeros y terrenales, permíteles conocer que tu corazón es el refugio y el camino que los conducirá a Dios, a la felicidad y a la plenitud.