Por @andreastefaniapp

Estamos cerca a vivir la fiesta de Pentecostés, y es la oportunidad perfecta para recordar que el Espíritu Santo es nuestro aliado en el amor, porque siendo Dios Espíritu, es el mismo amor. Todos estamos llamados a amar, el amor es nuestra vocación, por eso el Espíritu Santo nos quiere ayudar a sanar y hacernos libres para amar.

Sabemos que el alma muchas veces no es libre, porque se encuentra herida y sin fuerzas, llena de miedos que la mantienen atada. Así como cuando estamos enfermos y un médico nos incapacita para ir al trabajo o asistir a clases, así también hay heridas que nos incapacitan para amar, como el miedo al abandono, al rechazo, al fracaso, o la desconfianza. Estas heridas pueden paralizar el corazón, haciéndolo cerrarse o huir, en vez de permanecer, haciéndolo herir en lugar de amar. Pero el Espíritu Santo quiere ayudarnos a sanar las heridas profundas del corazón.

El Espíritu Santo, nos ayuda a sanar.

Un corazón herido, hiere; un corazón que se siente amado, ama; y un corazón que se abre a la acción sanadora del Espíritu Santo, es un corazón que se sentirá cada vez más amado y con capacidad de amar.

En la vivencia de un proceso de sanación, es necesario hacernos amigos del Espíritu Santo, estar atentos a sus señales, tener una apertura decisiva a su presencia, y así entregarle nuestras heridas y dejarlo actuar.  

El Espíritu Santo es el aliento de Dios que nos da vida (Gn 2, 7) y aun cuando hemos perdido vitalidad y capacidad de amar, al punto de estar débiles por dentro, como huesos secos, Dios sopla sobre nosotros, nos infunde su Espíritu y nos devuelve la vida (Ez 37, 5-6)

Es importante, descubrir el corazón al Señor y pedirle al Espíritu que nos descubra nuestras capas. Cuando el alma se dispone verdaderamente, y se abre a la acción de Dios, el Espíritu Santo comienza a actuar y se va produciendo la sanación interior. El Espíritu Santo nos hace ver cuáles son nuestras heridas, miedos y pecados. El Espíritu, va donde nadie puede ir, a nuestro inconsciente y nos revela pensamientos y recuerdos que nos mantienen estancados. Y cuando por su gracia podemos verlos, nuestra mejor salida es entregarlo al Señor, para que vaya obrando y sanando en su tiempo y a su manera. Todo es un proceso. Pero finalmente, por la acción del Espíritu, el alma es conducida a la plenitud, a la felicidad, a la libertad. 

Es el Espíritu Santo el que también nos motiva a romper con el mal y entrar en comunión con Dios, abandonando las esclavitudes que nos mantenían atados. Cuando una persona está sumergida en el amor de Dios, ayudada por la gracia, logra poco a poco deshacerse de todo que le impide ser completamente de Dios y ser libre.

Libres para amar.

Siendo sanados, también somos liberados para el amor. El alma humana alcanza su plenitud y libertad amando verdaderamente. Dios sabe que está es una realidad que nos cuesta comprender, por eso quiso explicárnoslo de manera personal, haciéndose uno de nosotros en Jesús.  “Este el mandamiento mío que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” nos dijo Jesús (Juan 15, 12), y al momento de partir al cielo, luego de su resurrección, nos dijo también que no nos preocupáramos, que, si aún no entendíamos, el Espíritu Santo nos lo explicaría todo, guiándonos hacia la verdad completa (Juan 16, 13).

Cuando nos dejamos llevar por otros espíritus vivimos en el miedo, nos dejamos llenar de pensamientos de inseguridad, rencor, envidias, dependencias y pecados. Pero, donde está el Espíritu de Dios, está la libertad*. El amor es libre y nos quiere libres. Pero para tener esa libertad, debemos tener el Espíritu de Dios, debemos clamar su presencia.

El Espíritu Santo, nos hace tan libres, que podemos amar incluso a nuestros enemigos, como nos lo pide el Señor (Mt 5, 44). En el Espíritu Santo somos tan libres, que podemos elegir amar, aun cuando el otro no nos ame, aun cuando nos responda con piedras en la mano o no esté disponible. Ya lo dijo el Papa Francisco (2015, 2016) “El amor, cuando es más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro, abra la puerta de su corazón”. Quien es libre en el Espíritu Santo, tiene su corazón incendiado en el amor de Dios, y esa es su fuente interior, que le da la fuerza y la libertad para amar, por eso, las malas respuestas del otro, no lo perturban, porque ese corazón solo guarda lo bueno en el. 

El Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, es la presencia viva de Dios en cada ser humano. Pero al ser el alma humana de tan alta dignidad, el mismo Dios toca a la puerta antes de entrar (Ap 3, 20). Por eso, la invitación de hoy, es a abrir la puerta del corazón, a tener una apertura decisiva al Espíritu Santo, que podamos vivir incluso un Pentecostés personal, siendo dóciles, abriéndonos a su acción sanadora y transformadora en nuestra vida, porque no quiere otra cosa, más que guiarnos hacia la verdad, guiarnos hacia la sanación, la plenitud y hacernos libres para amar.

 

Referencias.

Papa Francisco (2015). Audiencia General Miércoles 13 de mayo de 2015. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2015/documents/papa-francesco_20150513_udienza-generale.html

Papa Francisco (2016). Amoris Laetitia: sobre el amor en la Familia. http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html

*Hermana Glenda, Espíritu de Dios. Predicación y canto sobre la carta a Gal 5, 16 26 https://www.youtube.com/watch?v=71qJOu02I7A

Otros recursos.

Márcio Mendes, El don del Discernimiento de Espíritus (2018) Editorial San Pablo.

La Sanación de las heridas del corazón, Congreso Amar + https://www.youtube.com/watch?v=qk1vMyQIZ3g