Por @andreastefaniapp

Una de las heridas más grandes de nuestra sociedad actual es querer desprender de las cosas su esencia más profunda: leche, deslactosada; café, descafeinado; sexo sin amor.  Y al creer que el sexo es un asunto solo de placer, hemos vuelto a nuestros cuerpos un objeto, perdiendo el valor real de entregarlo a otro en una relación sexual. Con ello, la virginidad -ese estado en el cual no se ha hecho una entrega total del cuerpo a otra persona por medio de una relación sexual– también ha perdido su valor, a tal punto que abundan los mensajes y consejos sobre cómo perderla.

Son muchos los adolescentes y jóvenes preocupados por ser vírgenes a cierta edad, dentro de su lista de pendientes tienen “perder la virginidad” y hasta buscan estrategias para lograrlo. Sería  valioso preguntarnos ¿Por qué se habla de perder la virginidad? ¿Por qué la virginidad se tiene que perder? ¿Acaso es un defecto de fábrica?*

Un bus se pierde si no se llega a tiempo a la parada, un examen o una materia se pierde cuando no estudiamos con dedicación, un empleo se pierde si no procuramos tener un buen desempeño, y así también muchas cosas se pierden, por descuido o porque simplemente no nos interesan. Entonces si se habla de perder la virginidad y no solo  eso, sino de apresurarnos a ello, es simplemente una muestra de que a gran parte de la sociedad ya no le importa la virginidad, solo le importa el uso y abuso que se la dé al cuerpo y a la sexualidad.

Irónicamente, el mismo mundo que quiere quitarle valor a la virginidad en el plano de la sexualidad, es el mismo que para venderte un producto, sin darse cuenta le rinde tributo a la palabra “virgen”: la mejor lana es la lana virgen, el aceite más puro es el aceite extra virgen; entonces, de alguna forma, la palabra virgen sigue siendo sinónimo de lo más bello, puro e incontaminado que existe entre los productos (Padre Rainero Cantalamessa, 2000). Sin embargo, en el plano humano de la sexualidad, si un hombre o una mujer se declara públicamente virgen, puede ser fácilmente tildado de retrógrado, fanático, radical, puritano, anticuado o extremista. 

No tenemos que irnos muy lejos para darnos cuenta de estas realidades, la sociedad parecer ser experta en sexo pero vírgen en el amor. Muchos noviazgos creen que si a los dos o tres meses no se ha entregado la virginidad entonces no se aman, y por eso se juzgan mutuamente o son juzgados. Siendo vírgenes, en ambientes de estudio y de trabajo se pueden recibir señalamientos y juicios por no ser “normal”; el mismo entorno presiona a hombres y mujeres y los empuja a sentirse menos si no han tenido relaciones sexuales. En el caso de los varones, sus mismos tíos o primos, los presionan a demostrar su «hombría» perdiendo la virginidad, y muchas mujeres, por presión de falsas amigas, pueden llegar a cuestionar su valor y belleza si aún permanecen vírgenes. 

Sería bueno cuestionarse, si nosotros también hemos señalado a nuestro prójimo por cuidar y conservar su virginidad y pureza, o somos de los que pensamos que la virginidad es  verdaderamente un don que sólo se entrega a la persona que se ama en su totalidad, con un amor total, libre, fiel y fecundo; que el cuerpo es realmente valioso y por tanto no se debe tomar de juguete, ni entregarlo con ligereza.

Recuperando el valor de la virginidad.

Si bien, físicamente hablando, la virginidad se puede establecer como el estado de no haber tenido nunca relaciones sexuales; la realidad, es que la virginidad, va mucho más allá de un rasgo puramente físico; sencillamente porque la persona es un ser integral corporal y espiritual, cuerpo y alma. Pensar que se entrega solamente el cuerpo y no el alma en una relación sexual, es una mentira que causa una violencia interior fuerte, porque separa el alma del cuerpo y crea una división del ser.

Para recuperar el valor de la virginidad es imprescindible entonces entender el valor que tiene el cuerpo. El cuerpo está integrado con el alma, nosotros somos nuestro cuerpo, el cuerpo es importante, no es solamente una cáscara o una fachada. En palabras de Juan Pablo II “el cuerpo, puede hacer visible lo invisible, lo espiritual y lo divino”. Entonces al entregar el cuerpo, nos estamos entregando completos, por más que el mundo quiera vender lo contrario. En una relación sexual dos personas se entregan y se convierten en una sola carne (Gn 2, 24).

Al recuperar el valor del cuerpo, podemos valorar nuevamente lo que significa entregarlo (Ver entrada de Te entrego mi cuerpo), y más aún hacer esa entrega por primera vez. Pero no puede entregarse algo que no poseemos, si no amamos nuestro cuerpo, sino que lo separamos del alma, si no aprendemos a dominar el cuerpo, sino que dejamos que el cuerpo nos domine, si no procuramos ordenar nuestros impulsos y deseos sexuales, en otras palabras, si no conquistamos nuestro cuerpo ¿qué cuerpo vamos a entregar?

En vez de estar preocupados por “perder la virginidad”, es mucho mejor, esforzarse por crecer en poder integrar toda nuestra persona, nuestros deseos, pulsiones sexuales, sentimientos, pensamientos, inclinaciones y acciones. En esa conquista de nosotros mismos, la castidad es la virtud que nos ayudará a volver a la integración total de nuestra sexualidad, para así poder encauzar todos los deseos sexuales hacia el amor verdadero. No se trata de represión, ni rechazo, sino procurar el orden y guiar todo nuestro ser, cuerpo y alma hacia un amor real, sin desparrames.

Al conquistarnos, algún día, en el momento adecuado, en la seguridad sacramental y de amor de un matrimonio, podremos hacer entrega de nuestro cuerpo, y no que nuestro cuerpo nos entregue a otros en encuentros casuales. Consideremos que la virginidad realmente no se pierde, se entrega, pero para poder entregarla, hay que aprender a amarla, valorarla, porque es un don; entregar la virginidad a la persona que se ama, con la cual se ha hecho un compromiso en matrimonio, es un verdadero y precioso regalo de bodas (Padre Jesús Silva, 2017). En la entrega de la virginidad, y en cada acto sexual de donación de cuerpo y alma, el hombre y la mujer, se sienten completamente amados, comprendidos y sanados. Unidos en una sola carne son uno con Dios, que es el amor.

Pero, qué pasa si ya hemos entregado la virginidad y creemos que no fue lo mejor, si sentimos que no era el momento o la persona, si tenemos la sensación de haber conocido tarde del tema, o que tarde amamos al Señor y hasta ahora comenzamos a entender realmente el valor de la sexualidad; o si tal vez se está ante la vivencia de una vida sexual activa, creyendo que si ya empezamos no hay vuelta atrás. Para aquellos que ya creían perdida su virginidad, la noticia es que se puede recuperar y restaurar. 

Siempre es posible, volver a empezar, vivir la versión 2.0, 3.0 o 4.0 de la virginidad, pero eso es otro tema, tan valioso, que merece ser profundizado. Con el favor de Dios hablaremos de esto en nuestra próxima entrada.

 

Referencias

*Conferencia «Mi virginidad: perderla o conquistarla para poder entregarla» por Gonzaga Bofarull, en el Congreso Virtual de Teología del Cuerpo en español del TOB Institute, Junio 2020.

Papa Juan Pablo II, audiencia general Miércoles 20 de febrero de 1980. http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1980/documents/hf_jp-ii_aud_19800220.html

Padre Rainero Cantalamessa (2000). Virginidad. Edicep.

Padre Jesús Mª Silva Castignani (2017). Virginidad 2.0. Recuperar la Inocencia. Freshbook Little.