Por @andreastefaniapp

La primera identidad que todos necesitamos tener cimentada en el corazón es la de hijos muy amados de Dios. Lastimosamente, muchas veces no es así, y antes de sentirnos realmente hijos, abriéndonos a experimentar el amor de Dios Padre, comenzamos a cumplir otros roles y experimentar otros amores. Cuando llega la etapa de sentir atracción, entramos en esas dinámicas románticas y nos brincamos con facilidad la vivencia de sentirnos hijos de Dios. Emprendemos relaciones de noviazgo sin antes tener nuestra primera identidad cimentada. Y si nos convertirnos en novios antes de sentirnos hijos, es muy probable que empecemos a vivir el amor humano desordenadamente. Por eso, es momento de hacer un alto en el camino, volver a meditar sobre nuestra primera identidad de hijos de Dios, y por qué es tan importante sentirnos hijos antes de ser novios. 

Hijos con un deseo de amor infinito

El filósofo, físico y matemático francés Blaise Pascal dijo un día “En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada. Él puede ser llenado únicamente por Dios, hecho conocido mediante Cristo Jesús”; cuánta razón y profundidad en una sola frase. El corazón humano tiene un deseo infinito de amor que solo puede ser llenado por un amor infinito. Este deseo infinito fue puesto en nuestros corazones por nuestro creador, pues hemos sido hechos a su imagen y semejanza; dicho deseo es incluso una pista de lo que somos y a donde pertenecemos: somos hijos de Dios. En palabras de San Agustín “Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”  

Pero cuando ese vacío infinito no está siendo llenado por el amor infinito de Dios Padre, -porque no le conocemos o le hemos dado la espalda- comenzamos a tratar de llenarlo con las cosas finitas y limitadas: en los vicios y placeres desordenados o en relaciones afectivas mal llevadas, que no se forman desde la plenitud del amor, sino desde las carencias afectivas y comenzamos a crear relaciones disfuncionales.

Algo así le sucedió a Lupita, una mujer que inició muy temprano en su vida (14 años) la excursión en el mundo de las relaciones amorosas. Fue temprano no solo por su corta edad, sino porque lo hizo antes de ser consciente en su mente y en su corazón que era hija de Dios. Ella no había tenido un encuentro personal con Dios Padre, por eso comenzó a llenar su deseo de amor infinito, con amores finitos de los hombres, se había convertido en novia, antes de sentirse hija de Dios. Cuando su personalidad, su identidad, aún no se había terminado de forjar, ella involucró en su vida a una persona adicional a ella, por tal razón los años siguientes comenzó a ligar su identidad en términos de sus relaciones. Lupita, antes de sentirse “la hija de Dios” se sentía “la novia de alguien”, entonces, mientras su relación de noviazgo del momento estaba bien, ella se sentía feliz, pero si su relación andaba mal, ella se sentía profundamente triste, porque su identidad de novia estaba tambaleando y no tenía una identidad más fuerte que la soportara. 

Podremos decir que es un asunto bastante complejo, porque realmente lo es, y así como es de complejo, es también importante. Realmente, no podemos ser buenos novios si no nos sentimos primero hijos de Dios, porque no podemos dar de lo que no tenemos, el Padre es la fuente del amor. Cuando se brincan etapas, y nos convertirnos en novios antes de sentirnos hijos, existe una alta probabilidad de vivir el amor de manera desordenada. Pero si nuestro corazón arde por el amor del Padre, y todo parte desde nuestra primera identidad de hijo muy amado, sabemos lo valiosos que somos y que ya somos amados de manera incondicional e infinita, y desde ese amor podremos amar mejor a los demás. Todo parte de sentir el amor infinito del Padre.

Un Padre con un amor infinito por sus hijos.

Así como nosotros tenemos un deseo de amor infinito, Dios es un Padre que ama de manera infinita, no juzga nuestro pasado, porque lo ha vivido con nosotros, en cada paso, en cada abrazo, en cada beso, cuando hemos sentido el corazón roto, nunca hemos estado solos, porque somos hijos de Dios. Aunque el camino se sienta a veces pesado, su amor es capaz de llenar de colores el corazón y levantarnos. Somos un sueño cumplido de Dios, ha cuidado de nosotros, ha guiado nuestros pasos y solo quiere que nos refugiemos en sus brazos, como un hijo se refugia en los brazos de un buen Padre. Él sabe que aprendiendo a ser hijos y dejándonos amar, podremos amar mejor a los demás.

Es necesario entonces crecer en nuestra relación con Dios Padre, abrirnos a sentir realmente en el corazón que somos hijos de Dios, conocerlo como Padre. Dice Santa Teresa de Jesús que Dios es nuestro Padre no sólo porque nos crea sino porque también nos cría. Antes de habernos formado en el seno materno, ya Dios Padre nos conocía (Jr 1, 5), pero también nos ha acompañado en todo el camino de nuestra vida: nos enseñó a caminar (OS 11, 1.3), nos enseñó a hablar y nos enseña a amar, no sólo con palabras, sino también con la mirada, con los gestos, con acciones. 

Cuando sentimos el amor infinito del Padre, entonces por su gracia, podemos ordenar el amor humano, dándole el lugar que le corresponde a todas nuestras relaciones afectivas, sin pretender que alguien llene ese vacío de amor infinito. Más que buscar una relación humana por una carencia, cuando un hijo de Dios tiene bien cimentada su identidad de hijo, buscará formar relaciones por un desbordamiento de amor, de identidad, seguridad y de sueños. No es que “algo le falta”, sino que tiene tanto para dar que quiere darlo a los demás*.

Es momento de volver la mirada a ese Padre nuestro que está en el cielo como nos lo enseñó Jesús (Mat 6, 9-13). Cuando reconocemos ese amor de Padre, cuando comprendemos que ser hijos amados de Dios es nuestra primera identidad, sabemos que no hay otro lugar en el que podamos estar más seguros y que no hay otro amor que pueda llenar más el corazón. Sintiéndonos amados podremos realmente amar; sabiendo que antes de ser amigos, hermanos, novios o esposos, somos ante todo Hijos muy amados del Padre.

Preguntas para reflexionar. 

  • ¿Me siento hijo de Dios?
  • ¿Cuál fue ese preciso momento en el que verdaderamente me sentí hijo amado de Dios Padre? ¿Cuántos años tenía? 
  • ¿Desde ese momento cómo ha sido mi relación con Papá Dios?
  • ¿Cómo el sentirme o no sentirme hijo de Dios puede afectar mis relaciones?

 

Oración: Señor quiero sentirme hijo tuyo y sentir tu amor de Padre todos los días de mi vida, amén. 

Referencias

*Ser Soltero ASY, podcast de Amar ASY, episodio 16, temporada 1. https://www.amarasy.com/podcast/episode/357865f8/t1-e16-ser-soltero-asy