Por Lore Rodríguez
“La amistad es de los regalos más grandes que una persona, que un joven, puede tener y puede ofrecer. Es verdad. Qué difícil es vivir sin amigos”…. (Papa Francisco, 2015). Por esa razón, Dios que es Padre, quiere ser nuestro amigo, Él que es el creador de todas las cosas se hace amigo de su propia creatura; nos elevó a su nivel haciéndonos a su imagen y semejanza, (Gn 1,27) y al mismo tiempo se abajó al nuestro haciéndose uno de nosotros, siendo verdadero Dios y verdadero hombre para así construir una estrecha relación de amistad con nosotros. Dios en la persona de Cristo Jesús, no nos llama siervos sino amigos (Jn 15,15) para que conociéndole, y guardando su palabra, demos abundante fruto. Dios desde el principio busca construir con nosotros un profundo vínculo como la vid y los sarmientos, para que permaneciendo en unión a Él, no nos separemos de su amor. Así como Abraham podemos ser llamados amigos de Dios (Stg 2,23) si le creemos, si le reconocemos como el amigo que nunca falla, y es fiel a sus promesas, como el amigo con el que hablamos cara a cara y así como a Moisés (Ex 33,11a) nos revela sus planes para la humanidad, como el amigo que nos enseña a amar en libertad y nos ha elegido para crecer en el amor, valorar el don de la amistad, y aprender a ser mejores amigos en nuestras relaciones humanas.
No somos mejores como amigos pues no somos más amigos de Dios. ¿Cuántos cafés nos hemos tomado con nuestros amigos más cercanos solo para pasar el rato y conversar?, y ¿cuántos cafés nos hemos tomado con Dios?. Como en toda relación, la construcción de ese profundo vínculo requiere tiempo y momentos de encuentro. Así como compartimos largas charlas, de nuestros triunfos, alegrías y también de nuestras tristezas y preocupaciones del día a día con nuestros amigos, Dios también es ese amigo que nos quiere escuchar y aconsejar, que llora y sufre con nosotros, que nos anima y nos levanta. Él siendo Santo se hace amigo de nosotros pecadores, nos ama, nos perdona y nos regala nuevas oportunidades para seguir creciendo en amistad con Él.
Sin embargo, muchas veces tenemos dificultad para ver a Dios como amigo, parece que no le escuchamos o no lo sentimos, parece que su silencio nos incomoda, como si se estuviera escondiendo de nosotros. Creemos que vamos a encontrar a Dios en grandes cosas, o en señales majestuosas y Dios se nos presenta en la suave brisa (1Re 19,12). Parece que para hablar con Él tuviéramos que cumplir un protocolo o muchas formalidades pues lo vemos como un Dios lejano, o una autoridad a la cual debemos guardar respeto y reverencia, pero la experiencia de Dios es palpable, cercana y llena de amor. Con la misma sencillez y naturalidad que le hablamos a un amigo, así mismo podemos acercarnos a Dios. Hablar con Dios es conversar con el amigo que todo lo sabe, que todo lo entiende y que también, de vez en cuando, guarda silencio para que reflexionemos de nuestros actos. Dios nos está viendo y no nos ve para juzgarnos, nos ve como sus amigos, para acompañarnos en todo los momentos de nuestra vida.
La plenitud del día a día la encontramos al vivir en amistad con Dios, ya que al verle y tratarle como uno de nuestros amigos más próximos, empezaremos a pasar más tiempo con Él, consultándole nuestras decisiones y contándole hasta el más mínimo detalle de cada jornada. Al dedicarle estos momentos, iremos percibiendo cómo nuestra vida será una constante oración. La oración es un diálogo con el mejor amigo, y no necesitamos palabras muy estructuradas ni complejas para dirigirnos con ese cariño especial a nuestro mejor amigo. “La oración es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo conozcamos cada vez mejor, entremos en su espesura y crezcamos en una unión siempre más fuerte. La oración nos permite contarle todo lo que nos pasa y quedarnos confiados en sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa intimidad y afecto, donde Jesús derrama en nosotros su propia vida. (Papa Francisco, 2019). En ese momento de encuentro con Dios amigo logramos conectar y experimentar una unidad que supera a toda relación humana. Ya no solo sentiremos su compañía cuando oremos sino que iremos siempre con Él, será Él quien viva en nosotros (Ga 2, 20).
Cuando empezamos a experimentar la presencia de Dios que habita en nuestro corazón, Dios amigo que nos enseña el valor de la amistad y con quien logramos conectar en una estrecha relación, así mismo iremos compartiendo ese amor en nuestras relaciones humanas. Hablar de Dios es hablar del mismo amor, y el amor debe ser el motor en cualquier relación. Esto significa que una relación con amor, es una relación que tiene a Dios como centro, y da abundante fruto pues vive todo el proceso de crecimiento y maduración de la mano del otro. Una amistad hace parte de esto y por eso el vínculo entre los amigos es tan fuerte, profundo y duradero que nos hace buscar el bien del otro. Son tan firmes los lazos que vamos forjando que verdaderamente experimentamos un alivio al contar con la presencia de un amigo en nuestra vida, pues el buen amigo es reflejo del cariño de Dios, pues Él mismo nos acaricia en la voz de nuestro hermano.
Los amigos son ese regalo, don de Dios, que nos enseñan a abrir el corazón, a comprender realidades diferentes a las nuestras, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del aislamiento para así compartir la vida; y entre conversaciones, risas, juegos y secretos se va construyendo una relación que busca perdurar en el tiempo. Sin embargo, desde nuestra limitada humanidad, solo podemos dar un amor finito y por eso no es extraño que muchas veces nos sintamos defraudados por aquel amigo que realmente significaba mucho en nuestra vida. Las diferencias o malos entendidos, la envidia o la distancia pueden fracturar relaciones de amistad, y ahí llega la soledad, el vacío y el sin sabor de encontrarnos sin tener una compañía, una ayuda y un consuelo. Dios conociendo nuestra fragilidad y nuestras limitaciones, se hizo uno de nosotros, y por eso se hizo nuestro amigo para aprender junto a Él el sentido del amor en la amistad.
Qué difícil tener que experimentar la decepción y el dolor por la pérdida de quien creíamos nuestro amigo, cuando sentimos que nuestra confianza ha sido traicionada y realmente nos sentimos solos. Pero Dios no falla, está siempre con nosotros, su amistad es inquebrantable. Al ver en Dios a nuestro mejor amigo, podremos ver con otros ojos este tipo de experiencias que son propias de la fragilidad humana, desde un propósito o incluso buscaríamos restaurar desde la sana comunicación lo que se ha lastimado. Cuando hemos hecho a Dios nuestro amigo, construimos relaciones de amistad que procuran cuidar el alma de a quien estimamos, pues eso hace Dios con nosotros.
Hoy Dios nos invita a que nos acerquemos a Él con la seguridad y la confianza, con la que buscamos a uno de nuestros amigos. Él no nos obliga, ni nos presiona, sino que desde la libertad nos llama por nuestros nombres para que le sigamos y vayamos a ver, para que decidamos cultivar una verdadera relación de unidad y amistad con Él. Oramos a Dios amigo para que a su imagen y semejanza podamos unirnos a sus sentimientos (Flp 2,5) y así vivir relaciones de amistad más llenas de su fidelidad y de su amor.
Referencias:
Papa Francisco (2015) http://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/july/documents/papa-francesco_20150712_paraguay-giovani.html
Papa Francisco (2019) http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20190325_christus-vivit.html