Cuando iniciamos una relación de pareja, primero se vive un proceso de conocimiento, en el cual los pretendientes se acercan poco a poco, van revelando y descubriendo mutuamente lo que hay en sus corazones, y en la medida en que se van acercando y conociendo, llegan a quererse y a amarse*. Esta dinámica romántica del amor humano, también puede ser vivida con aquel que es el AMOR. Hoy es el momento para descubrir que Dios no solo quiere que sintamos su amor de Padre y amigo, como los hemos visto en las anteriores entradas, Dios hoy quiere revelarnos que el lazo que desea construir con nosotros es tan íntimo, tan profundo, que puede compararse a la relación de dos buenos esposos, y que todos -independientemente de nuestra opción de vida- estamos llamados a un amor esponsal.
Aunque suene descabellado, no es necesario esperar a casarnos para experimentar lo que es un amor esponsal. Este es un secreto de amor que le hace un gran bien a las almas, Dios está enamorado de ti, y quiere desposarse contigo. El Señor persuade al alma, la lleva al desierto, le habla al corazón y le dice: “Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura, me desposaré contigo en fidelidad” (OS 2,16. 21-22)
Podrías estar pensando que esto no es para ti, porque no quieres ser sacerdote ni religiosa. Pero sí, es para ti, es para todos, incluyéndote, incluyéndome. La Iglesia es esposa de Cristo (Ef 5, 24), y todos somos iglesia, por tanto todos estamos llamados a cultivar con Cristo una relación esponsal. Todos, absolutamente todos, hombres, mujeres, estamos llamados a crecer en nuestra relación con el Señor de tal manera que pueda ser tan profunda como un amor esponsal, esa donde los amantes se vuelven uno solo, esa donde los enamorados se conquistan diariamente con detalles. No quiere decir esto que vamos a renunciar al deseo de casarnos o tener una familia; una relación esponsal con Jesús no es algo exclusivo de los consagrados a la vida religiosa; y es perfectamente compatible con todas las vocaciones. Por tanto, podemos abrirnos a vivir nuestra esponsalidad con Jesús aún estando deseosos de casarnos, y eso no nos privará de corresponder al amor humano de un eventual pretendiente cuando llegue el momento. Incluso, esta esponsalidad con Cristo se puede vivir estando unidos en santo matrimonio con otra persona, porque la vivencia de ese amor esponsal, nos hará más plenos y nos enseñará a vivir mejor los compromisos conyugales.
Pero ¿de qué se trata esta relación esponsal y cómo podemos vivirla? Esta relación consiste en crecer en nuestro amor con Cristo en cuatro actitudes fundamentales: (1) tener con Cristo una relación de confianza, (2) ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, (3) tener un diálogo íntimo y continuo con Cristo y (4) crecer en hospitalidad*.
-Confianza
Es vital que podamos confiar plenamente en el Señor. Así como dos enamorados van tomando confianza primero en una amistad, así poco a poco, nuestra confianza en el Señor irá creciendo en la medida que crece nuestra amistad con Él y en algún punto podemos confiar en Él como una esposa confía en su buen esposo. Pero, quien no tiene paz en su corazón difícilmente confiará en otro corazón. Por eso, el Señor quiere que le entreguemos todo aquello que nos quita la paz y nos inquieta, y que lo dejemos en sus manos confiando que pase lo que pase todo estará bien (Rm 8, 28). Además, quiere que le entreguemos todos nuestros anhelos y deseos, así como cuando una esposa le encarga una tarea a su buen esposo, y de esta manera descansa sabiendo que su esposo lo resolverá. Jesús nos dice en el evangelio, que no debemos preocuparnos por lo que comeremos o qué ropa usaremos, porque ya nuestro Padre Celestial sabe de nuestras necesidades (Mat 6, 31-32); entonces, es hora de aplicar esta enseñanza de Jesús a nuestra vida afectiva y dejar en sus manos, por ejemplo, el deseo de casarnos, como quien le confía una tarea a alguien de gran confianza, que sabe que lo resolverá. De esta manera, descansamos de preocupaciones y pensamientos de agobio y podremos dedicarnos a crecer en esa relación esponsal con Él, repitiendo constantemente en el corazón: “Jesús en ti confío, Jesús en ti confío, Jesús en ti confío”.
-Docilidad
Quien confía en aquel que ama, se deja llevar por su ser amado, por eso cuando confiamos en Cristo, y nos abandonamos a la divina providencia, nos vamos dejando conducir por el Espíritu Santo. “Nadie vive tan intensamente como la persona que se deja llevar por el Espíritu Santo, el Espíritu no la priva de nada, no le impide nada, pero hace que ella examine todo y pueda discernir lo que es más perfecto, para quedarse siempre con lo que es mejor; es el Espíritu Santo quien conduce al hombre a su plena realización, el que lo hace feliz, y lo lleva a Jesús” (Mendes, 2012).
A medida que vamos creciendo en el amor con el Señor, Él va entrando cada vez más profundo en el alma, nos va purificando y configurando con Él, pero para eso tenemos que poner nuestro 1%, siendo dóciles a su amor. Ya que confiamos en Él, nos dejamos llevar por sus caminos y disposiciones, entonces así podremos decir como María, aquí estoy “Hágase en mí”.
-Diálogo
Siendo dóciles al Espíritu Santo nos permitimos ir creciendo en un diálogo constante con el Señor. Aquí es necesario recordar que en un diálogo, hay quien habla, y quien escucha pero también responde. No se trata de un monólogo en el cual desparramamos nuestros pensamientos y temores, dejándonos más llenos de ansiedad que libres; un monólogo no es un diálogo, por tanto no es oración, porque que la oración, incluye contarle al Señor todo cuanto en el alma acontece, pero asegurándonos que también le damos el espacio para que hable a nuestro corazón, y así poder abandonarnos en sus manos. En este diálogo, también es importante el silencio, hay veces en que el Esposo guarda silencio, esperando que las aguas se calmen o que estemos preparados para recibir una respuesta, por eso este diálogo no es de un momento, sino que no termina. En la medida que vamos creciendo en ese diálogo con el Señor, vamos incluso poco a poco apropiándonos de sus palabras, nos vamos pareciendo más a Él, porque el ser humano se termina pareciendo al Dios que adora, así como dos amigos y dos buenos esposos se van pareciendo progresivamente con el tiempo.
-Hospitalidad.
Creciendo en confianza, liberándonos de temores y obsesiones, siendo dóciles al Espíritu Santo, creciendo en un diálogo constante con el Señor, podemos entonces crecer en hospitalidad, que no es más que recordar que somos su templo, porque Él nos habita. Nuestra alma es capaz de Dios, capaz de albergar ese amor infinito de Dios y también hospedar amores más pequeños, como el amor a nuestros amigos, hermanos, familia, pareja, que son el signo de un amor más grande. Seamos como Zaqueo que hospedó a Cristo en su casa, y permitámosle a Él, no solo entrar sino quedarse y tocar todas nuestras estructuras, sanar todas las heridas y darnos de su santidad, porque Cristo nunca viene solo, con Él llega a nosotros la salvación (lc 19, 1-10)
Todo esto que hemos compartido, es algo que no se alcanza a lograr en un día o dos, pues no somos máquinas y en el alma todo es un proceso. Pero un proceso que nos va llevando a crecer en ese llamado de amor esponsal con Cristo, es una relación de amor que habremos de regar. Sin embargo, si aprendemos a tener con Él una relación esponsal, seguramente cuando llegue nuestro momento de contraer matrimonio seremos mejores esposos, porque ya tenemos un camino, o si ya estamos casados, podremos vivir con mayor plenitud el amor conyugal.
La invitación hoy, es a abrirnos a ese amor esponsal con Cristo que todo lo hace nuevo (Ap 21, 5), a dejarnos conquistar, galantear y amar por Él, que con cada detalle de la creación busca enamorarnos y nos dice que le hemos robado el corazón, que hermoso y sabroso es nuestro amor, que supera al vino y todos los aromas (Ct, 4, 10)
Tarea: Me dejaré amar y galantear por quien es EL AMOR, me permitiré crecer con el Señor en una relación esponsal.
Referencias.
*Celines, concierto Cielo Abierto
* Padre Horacio Bojorge, Me quiero casar. Tomo 1.
Márcio Mendes (2012). El don del discernimiento de Espíritus, Editorial San Pablo.