Por Camila Neuta y Simón Perales @camilaneutaf @simonperales
Todos estamos llamados a amarnos los unos a los otros tal y como Jesús lo hizo (Juan 13, 34) y es precisamente esta clase de amor la que queremos vivir y expresar en cada una de nuestras relaciones y de manera especial en la maravillosa etapa del noviazgo. Sin embargo, no todo es color de rosa, se presentan diversas situaciones que nos generan disgusto, llevándonos a discusiones, problemas y en casos más extremos a la ruptura definitiva de la relación.
En esta ocasión, basados en nuestra propia experiencia de 9 años de relación de noviazgo y a la luz de la palabra de Dios, queremos compartirles tres consejos para poner en práctica y de esta manera experimentar espacios de reconciliación y perdón durante el noviazgo.
1. Reconocer nuestros errores: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” Salmo 19, 12
Por nuestra condición de humanos no somos perfectos y a lo largo de nuestra vida nos equivocamos, cometemos errores que pueden causar un gran daño a las personas que nos rodean y puntualmente a nuestra pareja. Incluso, en varias ocasiones somos tentados a dejarnos llevar por el orgullo y esto nos ciega, no nos permite ver que somos responsables del daño causado, haciéndonos caer en la trampa de creer que fue la otra persona que nos impulsó a actuar de tal manera. Así como lo menciona David en el Salmo 19, no es por nosotros mismos sino por el Señor que descubrimos, entendemos y aceptamos nuestros errores, Dios nos conoce, nos sondea y puede llegar a lo más profundo de nuestro corazón. Por lo tanto, es necesario acercarnos a Aquel que nos revela a través de su Espíritu Santo lo que debemos trabajar, lo que aún nos cuesta soltar. Al entrar en intimidad con Él podemos aceptar que no siempre tenemos la razón, nos quitará la venda que nos mantiene viviendo en la oscuridad del orgullo y nos dará la valentía que necesitamos para decirle al otro: “me equivoqué, lo admito, lo acepto y pido disculpas de corazón”.
De esta forma florecerá una virtud muy poderosa que solo puede venir del amor de Dios que tenemos hacia Él y que Él mismo nos regala, para dárselo a los demás y en este caso a nuestra pareja, esta virtud es la humildad, el saber que aun cuando yo crea tener la razón, por amor al otro ser capaz de ceder e incluso asumir la responsabilidad para mostrarle al otro cuánto lo amamos y que no hay nada que pueda cambiar ese amor que sentimos hacia él. “Quien hace esto a través de esta virtud, da amor y así hace ver y deja actuar a Cristo en su vida. (Ga2, 20).
2. Aprender a perdonar: “El amor Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.» 1 Corintios 13, 7
El perdón resulta ser un proceso algunas veces muy largo y muy doloroso, pero completamente necesario. Dios nos mostró el mejor ejemplo al perdonar todos nuestros pecados, desde el más pequeño al más grande, entregando a su único Hijo, y lo hizo por amor, para salvarnos (Juan 3, 16). Pues bien, este don tan extraordinario del que nos habla San Pablo en la primera carta a los corintios es capaz de impulsarnos a perdonar al otro cuando nos hace daño, a creer en su verdadero arrepentimiento, a esperar el tiempo que se necesita para sanar las heridas y a soportar al otro, pero no como una carga, sino como soporte para su vida. Debemos entender que la persona que nos acompaña en este camino del noviazgo y nosotros, no somos obra terminada, sino que estamos en manos del Señor, quien nos moldea día a día; teniendo claro esto, seremos capaces de ponernos en sus zapatos, entenderlo y aunque en algunas ocasiones no sea posible justificarlo, ayudarlo a entrar en razón de manera fraterna y acudiendo al amor y misericordia que Dios nos enseña en todo momento.
No hay un gesto más humilde que el perdón, y cuando se hace de corazón entendemos que lo que sentimos por el otro y por qué lo escogimos vale más que cualquier discusión, ninguna relación es perfecta pues no existen las relaciones ideales, en donde todo siempre está en paz y armonía, pues de estas discusiones y tropiezos es que se fortalece la relación y cada día nos permite conocer más a esa otra persona con la que estamos y decidimos formar un hogar, y decimos hogar porque es el noviazgo la base sólida que cultivamos para que en un futuro dé fruto a través del sacramento del matrimonio. La mejor solución para perdonar es abrazar nuestra cruz juntos y con la ayuda de Dios entregarle todo a Él, para que cuando con nuestras fuerzas no podamos sea Él quien actué y refleje en nosotros su amor.
3. Valorar a la persona que tenemos a nuestro lado: “Eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo” Isaías 43, 4
Así como en la vida recibimos y conservamos cosas materiales porque fueron un regalo de personas especiales; ocurre de igual forma con nuestra relación de noviazgo. Dios pone en nuestro camino una persona conforme a su corazón para que la recibamos, la valoremos y le demos el amor y cuidado necesarios, tal como Él lo hace con nosotros y como lo reveló a Isaías en esa hermosa profecía. Esta es una invitación directa de Dios a amar como Él, porque cuando lo hacemos podemos ver realmente el privilegio pero sobre todo la gran responsabilidad que tenemos con la otra persona al iniciar una relación; sus sentimientos y emociones se vuelven importantes y requieren nuestra atención, así como los nuestros; transformamos algunos aspectos de nuestra vida para ir acorde a lo que demanda esta nueva etapa, pero sobre todo fortalecemos el amor propio para brindar un amor sano, cuidándonos de no caer en excesos o ver al otro como un objeto que nos pertenece, más bien hacer las cosas pensando en su bienestar, cuidar con todo lo que somos ese maravilloso regalo.
Estos consejos no son obligatorios, pero en nuestra propia experiencia y a lo largo de estos años de noviazgo han sido de gran ayuda para afrontar momentos de dificultad; contar con la ayuda de Dios en todo este proceso ha sido vital y necesario, en eso se resume todo, en que entregues completamente tu relación a Él y dejar que sea su guía en todo momento; especialmente cuando vengan tormentas, porque también ahí podrá calmarlas con sólo una palabra.
Que Dios te bendiga y llene tu vida de mucho amor, para que en tu relación y en todos los ámbitos de tu vida puedas decir como San Pablo «Ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí».