Por Lore Rodríguez, @lorerodriguez22

Hay virtudes que trascienden, decisiones que nos sanan y caminos que se convierten en más que un estilo de vida. Hoy te quiero hablar del sendero que decidí recorrer, no solo por mi fe, no como represión o abstinencia sino en libertad, pues es un sí al dominio de mí misma y un sí al amor verdadero. Hoy te quiero hablar de la castidad. 

Al decidir en libertad, cultivar esta virtud en mi vida, no solo he aprendido a reconocer el valor de cada persona,  sino que he descubierto el maravilloso regalo de la sexualidad bien orientada. Y, ¿qué es eso de la castidad? O también cabe mencionar que no es la castidad, pues muchas veces este término ha sido malinterpretado y parece que para algunos fuera incluso algo anticuado, como si solo estuviera dado para sacerdotes o religiosas. Creen que castidad es simplemente abstenerse de tener relaciones sexuales prematrimoniales o ver al placer y al deseo como algo malo. Pero al ser la castidad una virtud universal, todos estamos llamados a vivirla para ordenar el amor. “La sexualidad es buena y bella, porque Dios así lo quiso. Fue Él quien creó de tal manera al hombre, varón y mujer” (P. Ksawery Knotz). Dios mismo creó el placer y el deseo para nuestro disfrute, pero para vivirlo a plenitud en el momento adecuado, cuando verdaderamente podamos donarnos en nuestra totalidad en el sacramento del matrimonio. 

El catecismo de la Iglesia Católica define castidad como la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual (CIC #2337). Y es que la sexualidad no está limitada a lo corpóreo, sino que hay otras dimensiones, la espiritual, la emocional, la intelectual y la social. Por eso, el ordenar las pasiones y los impulsos no solo se convierte en un dominio del cuerpo sino de toda la persona en su ser integral. La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don. Ya nos mencionaba también San Juan Pablo II en su exhortación apostólica Familiaris Consortio (#33) que “según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena”.

La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1, 22). Es una premisa bastante fuerte pero realmente sucede así, pues cuando caemos en la esclavitud de dejarnos controlar por las emociones y los impulsos sexuales, caemos en un círculo vicioso del cual difícilmente podemos salir si no nos abandonamos a la gracia de Dios. De hecho, cuando vivimos relaciones de noviazgo en las que le damos rienda suelta a las pasiones, viviéndolas de forma desordenada, terminamos cayendo en el uso, en la violencia y el egoísmo con la persona «amada». 

No es verdadero amor cuando se pide la mal llamada “pruebita de amor”, ni forzar a la pareja a tener relaciones sexuales, o a caricias pasadas de tono; no es verdadero amor comprobar una compatibilidad sexual y tener deseos egoístas de placer. El verdadero y auténtico amor no solo ve un cuerpo sino que ve un alma; y al reconocer el valor de la persona, en su dignidad, sabe esperar por el momento correcto en el cual la entrega sea un completo don de toda la persona en todas sus dimensiones. “El casto no es el reprimido, sino el verdadero poseedor de sí mismo hasta el punto de poder entregarse a los demás por amor” (Gustavo Godinez, LC). Y así, al reconocer que mis anhelos son eternos, no me puedo conformar con relaciones pasajeras solo por pasar el rato o para “vivir el momento”. 

Además, en el noviazgo -que es una etapa de discernimiento- las ataduras que deja una relación sexual experimentada cuando no corresponde, no permite ver con claridad las razones por las cuales se está en esa relación, olvidando el conocimiento y el verdadero desnudo, el desnudo del alma. Vivir la castidad permite decidir libremente si se está con la persona correcta, sin involucrarse en un lugar donde no hay un propósito real, o donde no se vive un amor libre, total, fiel y fecundo. 

Sin embargo, no es necesario esperar a estar en una relación de noviazgo, frente a otra persona, para vivir las gracias de esta virtud. Se puede empezar a forjar la voluntad desde la soltería. Cuando dices no a conversaciones inapropiadas, cuando rechazas invitaciones o colocarte en situaciones de riesgo, cuando le dices no a la pornografía o a la masturbación, cuando te entrenas en el arte de decir NO incluso a pequeños placeres como dormir cinco minutos más o comer un dulce que te gusta; cuando te esfuerzas por ejercitar tu voluntad diciendo NO a todo lo que te aparta de cultivar esta virtud, empezarás a tener el control sobre tu cuerpo y tus pasiones. Eres más que un deseo o un impulso meramente erótico. Por eso el autoconocimiento es fundamental para reconocer las debilidades en las cuales se debe trabajar. 

Empezar a vivir la castidad inicia con una firme decisión, un paso de seguridad en los ideales y en la espera. Pero no se puede cultivar una virtud que se desconoce, por esa razón es necesario formarse en estos temas, en el amor, en una sexualidad bien vivida. No estás solo en este proceso, pues son muchas las parejas, y páginas – como la nuestra-,  que han decidido remar contracorriente y ofrecen talleres y artículos que abren nuestra mente, y nos dan consejos, para crecer en conocimientos que podemos aplicar en nuestra vida ordinaria.

Sin embargo, no puedo garantizar que será un camino sin espinas. Muchas veces, habrán caídas. De hecho, si ya has tenido relaciones sexuales, también puedes optar por la castidad, pues como lo he mencionado, esta virtud no se limita a la virginidad del cuerpo, sino que trasciende, a las intenciones que nacen en lo profundo del corazón. No te desanimes, levántate y vuelve a empezar. Recuerda cultivar una vida de oración interior y mantener cercanía a los sacramentos. Al reconocer nuestras debilidades ante Dios, le entregamos esas flaquezas y pedimos que sea por su gracia que nos permita continuar reafirmando nuestra decisión primero personal, y si estás en una relación, que les permita siempre crear y descubrir nuevas y creativas formas de amar sin caer en el uso. 

No te dejes engañar creyendo que la castidad está pasada de moda cuando la verdadera revolución del amor es dominarte. Nadie puede dar lo que no posee, y por eso la invitación es a que por medio de esta virtud tan hermosa podamos poseernos, para poder entregarnos por amor. La castidad libera todo egoísmo, trae paz, y da claridad para tomar decisiones firmes y en libertad.

Referencias:

Catecismo de la Iglesia Católica, La vocación a la Castidad (2337 – 2359): http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s2c2a6_sp.html