Por Lore Rodríguez @lorerodriguez22

Nos levantamos en la mañana y esperamos a que esté listo el café, salimos de casa y esperamos a que pase el transporte que nos lleve a nuestro lugar de trabajo o estudio, o en la virtualidad esperamos la hora para conectarnos a una cita o a una clase; esperamos las doce del mediodía para almorzar, esperamos en la fila para pagar el mercado o para entrar al banco. Las anteriores son solo algunas situaciones cotidianas en las que debemos esperar. Pero, ¿por qué esperamos? ¿Qué aprendemos de esto?

Como católicos, no solo estamos próximos a dar inicio a un nuevo año litúrgico, sino que la Iglesia nos propone en este nuevo comienzo, un tiempo para aprender a esperar, para meditar en el silencio y en lo profundo del corazón, lo que significa verdaderamente aguardar en paz la venida del Salvador, quien quiere nacer y hacer su morada en nosotros, quien nos prometió que vendrá. (Mt 24,44). Así que más que responder a un por qué, debemos meditar en el para qué. 

Tal vez aún sea confuso, y pensamos: pero qué relación hay en todo esto, en las actividades del día y en un nuevo tiempo litúrgico; pues bien, te invito a pensar cómo toda nuestra vida es una vida de espera. Esperamos confiados en la vida eterna, en alcanzar la Santidad, esperamos la segunda venida gloriosa de nuestro Señor Jesús y en el día a día, esperamos que nuestras súplicas y peticiones sean escuchadas por Dios. Y vale la pena destacar en este punto que siempre son escuchadas y que ninguna oración llega al corazón del Padre sin surtir efecto en nosotros, solo que nuestros tiempos no son los suyos y es una verdad en la que con fe nos debemos abandonar. 

Entonces, ¿cómo entendemos el tiempo de Dios? ¿Cuándo vendrá? ¿Cómo es eso que debo esperar siempre? Muchas veces caemos en desesperación y en creer que las catástrofes naturales, la enfermedad, y la tribulación propiamente, son señales de que se acerca la venida de Jesús y ya nos dijo el mismo Jesús que nadie sabe ni el día ni la hora, solo el Padre (Mt 24, 36); y erramos relacionando a Dios Padre, con un Dios justiciero, vengador, sin compasión que regresa para acabar con la humanidad, cuando sabemos que fue por amor y en su infinita misericordia que entregó a su único Hijo en una muerte de cruz, para darnos la salvación. 

Y sabiendo entonces, que nadie conoce el momento de ese glorioso porvenir, siempre debemos estar preparados, atentos y vigilantes, siempre debemos esperar sin esperar. Ya Jesús en la cruz, nos  liberó de las ataduras del pecado y nos abrió las puertas del cielo, pero ahora debemos decidir libremente si hacia allá estamos dirigiendo nuestros pasos. Por eso, en este tiempo de Adviento, tenemos la oportunidad perfecta para meditar en el silencio del corazón, cómo estamos caminando mientras esperamos el cumplimiento de esas promesas de Dios en nuestra vida. Y estas promesas no son sucesos extraordinarios, antes bien son esos pequeños milagros en los que descubrimos que su presencia habita en nosotros y en las personas que están a nuestro alrededor, en los que abrimos los ojos a su divina providencia, entendiendo que no hay casualidades y que cada pieza del rompecabezas, que cada sufrimiento y cada espera, nos prepara el corazón para recibirle. 

Dice el popular dicho, que la esperanza es lo último que se pierde, pero realmente nunca deberíamos perderla, es decir, estamos llamados incluso a morir en la esperanza, siempre con la confianza en el Dios de lo Alto. Sin embargo, como humanos, somos frágiles, y la ansiedad nos consume; en ocasiones pasamos muchos años orando por algo en específico que no vemos cumplir y podemos llegar a dudar de la existencia de Dios que todo lo puede. 

Ya antes habíamos mencionado que sus tiempos no son los nuestros, y por eso, no podemos exigirle a Dios respuestas desesperadas o afanadas sobre nuestros proyectos, necesidades o sufrimientos cuando Él bien los sabe, los conoce. Jesús esperó treinta años, aprendiendo de su Santísima Madre para dar inicio a su ministerio, para emprender su camino y ser evangelio. 

Dicho esto, ¿por qué desesperamos al no ver con claridad nuestra misión? ¿Por qué nos preocupamos por nuestro alimento o vestido, por la salud, por un nuevo trabajo, por encontrar una pareja?. Dios conoce nuestros anhelos y deseos, Él los ha escuchado, aún cuando han sido en esos momentos de llanto y soledad. Dios Creador, nos dotó de talentos para alcanzar los sueños que puso en nuestro corazón, para trabajar por la construcción del reino. Entonces, ¿por qué no confiamos?. Dejémonos amar por Él, que si alimenta a las aves del cielo, si viste a los lirios del campo, ¿acaso no valemos más que estos? ¿acaso no hará todo esto y más por nosotros?(Mt 6,25-28). Antes de aferrarnos a estas preocupaciones que son en ocasiones vanas y terrenales, pongamos la mirada en el mismo cielo, y enfoquémonos en lo verdaderamente importante: disponer el corazón, preparar el alma

Y, ¿para qué debemos preparar el alma? En este Adviento, semanas previas a la Navidad, sigamos trabajando en nosotros, en reconocernos valiosos, como hijos amados del Padre. Sigamos aprendiendo de la Palabra, dejemos que nuestras obras den testimonio, y sigamos haciendo la voluntad de Dios, diciendo como María: Hágase en mí. La Navidad debe recordarnos que Jesús se vale de todo, hasta de nacer en un pobre y humilde pesebre, para llenarlo de infinito brillo. Estas festividades han sido desviadas de su sentido original, hemos caído muchas veces en el consumismo, comprando amor con regalos materiales, y olvidándonos de que navidad es Jesús. Estamos llamados a ser cristianos evangelizadores de la dulce espera, en calma, con paz, con la confianza de que Aquel que nacerá, traerá su amor, su luz y su Espíritu Santo para hacer renacer nuevamente la esperanza en aquellos que lo veían todo perdido. 

Si piensas que ya es demasiado tarde para hacer de este año un año diferente, regálate este espacio que está por comenzar, para que en penitencia, y profundo recogimiento, puedas entregarle a Dios todas esas cargas que te aquejan, todo el dolor, todas las inquietudes e incertidumbres del futuro, para que por su gracia, puedas experimentar el abandono a su divina providencia, y pídele que en Adviento prepare tu corazón para acogerlo, y que esta navidad, su regalo sea llenar tu interior de humildad, fe, paciencia y valentía, virtudes necesarias para hacer frente a la espera.