¡Ya es diciembre! Increíble ¿no? El año 2020 se nos fue volando en medio de muchas luchas y batallas, y aquí seguimos para Gloria de Dios, viviendo cada día, ofreciendo en este diciembre una vez más el corazón, para que en nuestras relaciones nazca y reine siempre Él.
En este mes, cuando ya muchas casas, parroquias y centros comerciales tienen armado la decoración navideña, hay dos elementos que no pueden faltar para un hogar católico que se decide a adornar sus rincones: la corona de adviento y el pesebre. Hoy te queremos hablar del pesebre, esa tradición que fue empezada por San Francisco de Asís en el año 1223 y de algunas reflexiones útiles para la vida, el noviazgo, el matrimonio y la familia, que podemos obtener de contemplar esa bella escena de Belén, que fue testigo del nacimiento del Salvador.
Reconstrucción de nuestras ruinas.
Hay un detalle muy bello en el pesebre que muchas veces pasa desapercibido o es olvidado y son las ruinas. Sí, en medio del pesebre se pueden encontrar casitas o construcciones tradicionales de la época en ruinas, en algunos casos sustituyen la gruta de Belén, morada de la Sagrada Familia. Dice el Papa Franciso en su carta apostólica Admirabile Signum, sobre el Significado y el valor del Belén, que: “Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original” Permítanme emocionarme aquí y exclamar: ¡Qué belleza!
Meditemos ahora ¿Qué está en ruinas, deprimido o corrompido en nuestra vida, relación de noviazgo o matrimonio y en nuestra familia?
El corazón humano tiene la capacidad de guardar mucho, y de eso nuestra Madre María es muestra, como cuando los pastores llegaron a ver al niño Dios en el pesebre y contaron todo lo que los ángeles les habían dicho sobre Él (Lc 2, 19). María guardaba todo lo santo en el corazón, pero, muchas veces usamos esa capacidad, para guardar en el corazón cosas malas, cosas rancias, viejas, añejas, rencores que son ruinas dentro de nosotros, que hasta telarañas podrán tener. Y en este tiempo de adviento tenemos la oportunidad de entregar nuestras propias ruinas, para que sean sanadas, reconstruidas y que nuestro corazón, nuestras relaciones, nuestra manera de amar regrese a su esplendor original, gracias al Cristo que ha de nacer. ¡Qué bendición!
Cada vez que veas un pesebre, busca si hay alguna ruina y entrega en ese momento las ruinas del Belén de tu propio corazón, tu noviazgo o matrimonio y tu familia.
Jesús: luz en medio de la noche oscura
Uno de los signos que acompaña el pesebre es la oscuridad y el silencio de la noche. En medio de un cielo estrellado, hay una estrella más grande y brillante que todas, aquella estrella que guió a los magos de oriente hacia el Emmanuel. Pero más allá de esa estrella, este Emmanuel es el que se convierte en la verdadera luz que ilumina la oscuridad de nuestras relaciones con el prójimo y con nosotros mismos. Meditemos en las palabras del Papa Francisco, lo que Jesús significa en medio de nuestra propia noche oscura:
“Pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79)”
Detengámonos un momento aquí para elevar una pequeña súplica: “Señor ilumina con tu luz la noche oscura por la que atraviesa mi corazón, el de mi pareja y el de cada uno de los miembros de mi familia”
La Sagrada Familia como modelo de vida.
El pesebre de Belén, morada de la Sagrada Familia, nos presenta una bella escena:
María en actitud de protección a su Niño, en ella se eleva en su máximo esplendor el más tierno instinto maternal. A su lado tenemos a san José, con un bastón o con una lámpara, desempeñando el rol más importante de su vida, el de ser padre, ser el custodio y protector sin cansancio, que, desde su misma naturaleza masculina, brinda a su familia seguridad de amor.
Imposible meditarlo y no desear para nuestra familia actual o futura, algo cercano a lo que la Sagrada Familia nos inspira. Cuando veamos la escena del pesebre, si eres mujer, ora con María y pídele su intercesión para aprender a amar como ella; si eres hombre, mira a San José y pídele su intercesión para aprender a amar como él, siendo siempre justo y fiel, confiando en la voluntad de Dios y poniéndola en práctica.
Como los pastores: espiritualmente en camino.
Los misterios del Señor siempre son revelados a los más humildes y sencillos. Contemplando a los pastores del pesebre, pidamos al Señor que nos regale su humildad, para poder vivirla en el noviazgo, o en el matrimonio y al interior de nuestra familia. Que podamos ser como los pastores de Belén, no solo por su sencillez sino también por su actitud de ponerse en camino, al conocer de Dios lo que quiere de nosotros: Amar y ser testigos del amor.
Los pastores, se ponen en camino para el encuentro con Dios, para el encuentro con el amor, y para acoger en su corazón el misterio de nuestra salvación: el Dios hecho hombre. Pongámonos también nosotros espiritualmente en camino como ellos.
Aprendiendo a adorar y dar de cada uno, como los magos de oriente.
No nos digamos mentiras, un corazón perdido en amor, no desea otra cosa más que amar, y para perdernos en el amor, es necesario aprender a cultivar un corazón adorador, porque el corazón del hombre se termina pareciendo al Dios que adora, y Dios es amor. Por tanto, adorando al Señor nos convertiremos en amor andante. Pero ¿Cómo hacerlo?
El evangelio de Mateo en el capítulo 2, nos enseña a adorar al Señor, meditando el actuar de los que conocemos como los reyes magos en la escena del pesebre. Dice la palabra que los magos “entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre; se pusieron de rodillas y lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos: oro, incienso, y mirra” (Mat 2, 11).
Solo basta con meditar los verbos de este pasaje, para descubrir un itinerario de adoración: Entrar, ver, ponerse de rodillas, adorar, abrir el tesoro y ofrecer.
En este tiempo de adviento y en esta navidad que esperamos, cultivemos una actitud adoradora en nuestras almas. Entremos a la casa del Señor, que puede ser el templo, o el propio corazón como templo viviente, y la familia como Iglesia doméstica. Al hacerlo veamos lo que el Señor nos quiere mostrar, postrémonos de rodillas, como muestra de rendirnos ante Él y entrando en intimidad de amor, adorémosle, abramos nuestro tesoro, que es nuestro corazón y ofrezcámosle todo lo que hay en el.
Que todo cuanto seamos y carguemos lo entreguemos al Niño que ha de nacer, tanto lo bueno como lo malo, pues Dios es experto en reconstruir ruinas y sacar bondad de la maldad del alma; pues la maldad no es más que heridas sufrientes en el corazón. Pero es Él y solo Él, el Emmanuel, quien puede sanarnos, salvándonos una y otra vez, incluso de nosotros mismos, para así poder vivir en mayor armonía todas nuestras relaciones.
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Entonces queridos hermanos, ¿Qué tiene que ver el pesebre con nosotros? Pues tiene todo que ver, porque con esta bendita tradición podemos aprender grandes cosas para aplicarlas a todas nuestras relaciones. En este tiempo de adviento, si tienes la oportunidad, no solo mira el pesebre, obsérvalo, medítalo, contémplalo, hazlo con tu novio o novia, esposo o esposa, con tu familia y considera estos aspectos que hoy te compartimos, y abre el corazón hacia otras enseñanzas que te quiera dar Jesús de manera particular, solo contemplando la escena de su nacimiento, y pidiendo que tu corazón también sea cuna para el Señor, quien nos enseña a amar.
Referencias:
Papa Francisco, (2019) Carta apostólica Admirabile Signum, sobre el Significado y el valor del Belén. http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco-lettera-ap_20191201_admirabile-signum.html