«El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; no es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; el amor no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. El amor nunca falla.»
I Co 13, 4-8
Por Lorena Rodríguez, @lorerodriguez22
Todos en algún momento hemos leído o escuchado la máxima de San Pablo en su primera carta a los Corintios en la cual nos recuerda nuestra vocación al amor. Sin embargo, cuando hemos tenido experiencias de dolor y sufrimiento propias de un rompimiento o separación, de esa pérdida de alguien especial en nuestra vida con la cual teníamos sueños y proyectos, muchas veces nos cuestionamos la existencia de aquel amor que tanto se profesó, incluso llegando a evaluar los límites del amor, de hasta dónde debemos amar o incluso en desafortunados casos, hasta donde debemos “aguantar”, malinterpretando la expresión “el amor todo lo puede”.
Por eso, en la entrada de hoy, ya habiendo comprendido que estamos llamados a amar pobremente (enlace) queremos profundizar un poco más reflexionando en lo que verdaderamente significa el amor que nunca falla y sobrelleva siempre con fortaleza las contrariedades de la vida.
Al haber sido creados por Dios Padre a su imagen y semejanza estamos llamados a en amor darnos. Tal como Él lo hizo entregando su vida en la cruz, así mismo, nosotros hemos sido dotados de esa capacidad de amar colocando nuestra vida al servicio de quien amamos. Pero muchas veces, confundidos por las ofertas de amores efímeros que nos presenta el mundo, y con desconocimiento del infinito amor de Dios, nos dejamos engañar creyendo y llamando amor a cualquier relación en la que se revolucionan las hormonas, o en el otro caso, cuando no reconociéndonos con la dignidad de hijos de Dios que tenemos, nos conformamos con las sobras o migajas que nos entregan, tolerando malos tratos e indiferencia.
Para entender que el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo tolera primero debemos tener claridad de lo que es y lo que no es amor, pues sino, estaremos justificando las malas acciones en nombre de un falso amor. No es amor cuando no respetan tu punto de vista, cuando minimizan tus emociones, cuando hay violencia física o psicológica, cuando no apoyan tus sueños, cuando te usan y solo ven tu cuerpo, cuando te manipulan, cuando hay egoísmo, celos, envidia o rencor. No es amor las mentiras, el abuso, el orgullo, la dependencia, el acoso o el irrespeto. Tampoco es amor comprar afecto con regalos, ni querer tapar con palabras bonitas la falta de compromiso o de tiempo para el otro; no es amor la desconfianza, pedir claves de redes sociales o revisar las conversaciones del otro. Estos y más ejemplos definitivamente no son testimonios de un amor verdadero. Y con estas actitudes que incluso en algún momento tal vez hemos tenido no significa que entonces estemos condenados y no podamos aprender a amar, o no podamos perdonar. Por el contrario, el objetivo de este espacio es confrontarnos en cómo estamos llevando nuestras relaciones afectivas para desenmascarar nuestros errores y así, dar pasos firmes en la vivencia de lo que sí es el amor.
Hoy en día, es común escuchar la expresión “te amo mucho” y se ha perdido tanto su valor creyendo que los anteriores puntos son muestras de que se ama “bastante” a una persona. Sin embargo, en el amor, no se trata de amar mucho sino de amar bien, sanamente. Primero a Dios, a nosotros mismos y así a los demás pues en esa premisa se resume todo el evangelio. En el otro extremo, están entonces los que por miedo al rechazo, al fracaso o al sufrimiento no se arriesgan a expresar sus emociones a tiempo, y así, reprimen y se lamentan en el “pudo haber sido y no fue”. Claro está, nadie ama lo que no conoce y por eso el amor tiene una gran exigencia: tiempo; para compartir, para comunicarse, para aprender y desaprender, para discernir si con ese otro que nos hemos cruzado podemos caminar en la misma dirección y así, tener la valentía de amar y expresar amor.
Entonces, entendiendo un poco más eso del amor sano, ese que definitivamente es fruto del Espíritu Santo, y nos permite experimentar una profunda paz y gozo en el corazón, hay dos verbos que tienen un especial significado para mí y que hoy quiero compartir pues han sido clave en mi experiencia de amor: construir y permanecer.
Recordemos aquel pasaje en el que un hombre prudente construyó su casa sobre la roca, y cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se echaron sobre ella; pero la casa no se cayó, porque estaba cimentada sobre la roca (Mt 7, 25). Así pues, en el amor, y en una relación de noviazgo o matrimonio propiamente, cada parte trae sus materiales, y decide y se dispone libremente a iniciar una construcción sobre cimientos sólidos. La roca es Cristo y por eso cuando se construye el amor sobre la persona de Jesús podremos no sólo tolerar algunas cosas molestas, sino algo más amplio: una resistencia dinámica y constante, capaz de superar cualquier desafío (Amoris laetitia,118). Cuando construimos el amor, pasa el tiempo, y se mantiene con firmeza todo lo vivido y siempre prevalecerá la verdad y la elección de amar a esa persona amada sobre toda situación, contrariedad, distancia o herida.
Y el complemento de esta construcción es la permanencia. Día a día, decidir seguir amando, con un amor libre, total, fiel y fecundo. Que bonito ha de ser, que pasen los años y seguir eligiendo amar a esa misma persona. Todos los días inventarse una nueva forma de renovar el amor para mantener encendido el fuego como la primera vez, creciendo juntos y aprendiendo juntos. Y es que ver esas parejas de esposos con 50 años de casados no significa que el camino sea fácil, pero sí es un ejemplo de que es posible permanecer en el amor. Y para permanecer en el amor tenemos el mejor maestro (Jn 15, 9-10); Jesús nos invita a que guardando sus palabras y cumpliendo su mandamiento (el amor) vivamos en la alegría de sabernos unidos a Él. Y cuando el Señor va con nosotros y es centro de la relación que se lleva, se puede vivir la magnificencia del amor, a pesar de todo, superando todo, haciendo puentes hacia la unidad, y siendo testimonio y reflejo de Cristo, quien en su vida y con su entrega nos demostró que el amor todo lo puede, por la salvación de quien se ama.